Hija de la reina amazona Otrera y del dios Hares, fue la mayor guerrera de la mitología griega.

Orígenes

La madre de Pentesilea fue Otrera, la primera reina de las amazonas, y su padre, el dios de la guerra, Ares. Así, sus hermanas fueron otras tres afamadas guerreras: Hipólita, Antíope y Melanipa.

La guerra de Troya

Si hablamos de mitografía, quizá el único acto que esté fijado para la posterior mitología de Pentesilea fue su participación, ya muy tardía y cuando la ciudad estaba casi rendida, en la guerra de Troya. Existen diferentes versiones de dicha contribución; si bien muchas de ellas están lamentablemente perdidas, nos quedamos con la siguiente:

Cuando Pentesilea acudió a la batalla junto a sus compañeras amazonas, sorprendió al ejército griego y entabló un sangriento combate. Viendo cómo en el centro del ataque caía una amiga, Pentesilea se abrió paso rompiendo las filas del enemigo y, tras matar a ocho guerreros, arrancó el brazo del oponente responsable de la muerte de su compañera de un enérgico tajo. Esta irrupción en la pelea insufló gran determinación y valor a las mujeres troyanas que, viendo la lucha desde las murallas, se lanzaron al combate al mando de Hipodamia.

Podrían haber llegado a ser famosas las palabras que entonces pronunció una de ellas, Tisífone: «En fuerza no somos inferiores a los hombres; iguales nuestros ojos, nuestros miembros iguales; una luz común es la que vemos, un aire igual el que respiramos; tampoco es diferente la comida que nos alimenta. ¿Qué, pues, nos ha negado el cielo con respecto al hombre? ¡Apresurémonos a la guerra gloriosa!».

El mito más afamado, sin embargo, sucedería también en esta guerra.

Aquiles

Cuando Pentesilea acude a la guerra de Troya junto al resto de las amazonas, ataca a las huestes griegas con gran violencia y causando enormes bajas, hasta que se encuentran frente al más afamado de los héroes aqueos: Aquiles. Este da muerte a la amazona y contempla caer al suelo su cuerpo. En ese momento, con Pentesilea ya sin vida, Aquiles se enamora de ella y llora su muerte.

Heinrich von Kleist

Respecto al encuentro con Aquiles, el dramaturgo Von Kleist nos ha legado una de las versiones más bellas acerca de la heroína en su obra de teatro homónima: Pentesilea.

No es Aquiles, aquí, quien mataría a Pentesilea, sino que fue esta la que hizo lo propio con aquel, sucediendo de la siguiente manera:

Fueron tres los enfrentamientos armados entre los aqueos y las amazonas. Estas surgieron en medio del marco troyano buscando hombres a los que vencer, con el objetivo de llevarlos con ellas y desposarlos bajo sus costumbres. Así, en la primera refriega surgió el amor entre Aquiles y Pentesilea. En la segunda, la amazona cayó herida ante el empuje de Aquiles, quien decidió simular que había sido él el vencido para no herir el orgullo de Pentesilea y, así, consumar su amor. No obstante, se vio obligado a reconocer los hechos, no previendo la respuesta encolerizada de la amazona. Ante su error, cometió uno añadido, pues creyó saber cómo pensaba Pentesilea; así, promovió otro encuentro, en este caso a solas, en este caso para dejarse ganar… Y, así, acudió desnudo de armas al combate, esperando ser vencido por la mano de Pentesilea de la misma manera que había sido vencido por el amor. Pero la amazona había caído presa de una locura extrema sin igual: su amor la había consumido. Ya no era cuestión de hybris, de soberbia y orgullo, sino de pasiones irrefrenables. Fuera de sí, como una ménade poseída por la manía, acudió al combate armada y acompañada de sus perros de presa. Allí encontró a su adversario, a su compañero en el amor. Y allí lo hirió, persiguió y dio muerte; allí le mordió y despedazó. De Aquiles, el bravo guerrero, un Apolo hecho carne, quedó solo una masa sanguinolenta y flácida que se vio arrastrada por el campo de batalla por la poseída triunfadora. Tres enfrentamientos, tres actos: un encuentro, un desencuentro y, finalmente, el encuentro definitivo, con la muerte.

Pentesilea, al volver en sí, fue consciente de lo que, en sueños, sonámbula, había perpetrado; y que lo había hecho con plena libertad, sin ataduras morales, independientemente de que dicho albedrío le condujera a la perdición: a un matrimonio con la muerte. Pentesilea, entonces, se quita la vida. Sus guerreras la unen al pélida en un lecho de pétalos de rosas, escenario destinado, en un principio, a un casamiento.

Guerreras, luchadoras, valientes… son las ciudadanas como Pentesilea. Convertirse en una de ellas es decir basta a los roles impuestos por el patriarcado. Es luchar por la diversidad de opiniones y miradas. Es mirar de frente y decir, como dijo Tisífone: “En fuerza no somos inferiores a los hombres; iguales nuestros ojos, nuestros miembros iguales; una luz común es la que vemos, un aire igual el que respiramos; tampoco es diferente la comida que nos alimenta. ¿Qué, pues, nos ha negado el cielo con respecto al hombre? ¡Apresurémonos a la guerra gloriosa!”