Catalina Aparicio Villalonga es profesora de filosofía en educación secundaria. Es maestra, logopeda, licenciada y doctora en Filosofía por la Universitat de les Illes Balears. Es autora de diversos artículos publicados en revistas científicas.

En su libro «Heteras en la Antigua Grecia» aborda sin miedo, con elegancia y una prosa sublime cuestiones sumamente relevantes para conocer la situación de la mujer en el mundo griego; mundo sobre y desde el que se ha construido la sociedad occidental.

Os compartimos esta entrevista que profundiza en su acercamiento a las heteras de la Antigua Grecia y en algunas de las cuestiones que rodean este tema.

¿Cómo surgió en ti el interés por la figura de la hetera?

Al acabar la licenciatura de Filosofía y los cursos de doctorado correspondientes, me dispuse a realizar la tesis doctoral, cuyo proyecto pretendía investigar la actividad filosófica de las mujeres en la antigua Grecia. Me parecía imposible que, a pesar de que las condiciones socioculturales de la sociedad griega mantenían a la mujer recluida en el oikos, no hubiese habido alguna díscola mujer —más allá de la cínica Hiparquia— que, para satisfacer sus deseos intelectuales, no hubiese transgredido la norma social y se hubiera adentrado en el mundo masculino de la filosofía. Ese fue, como digo mi primer proyecto de tesis y materia de mi memoria de investigación.

En el transcurso de esa investigación inicial pude comprobar cómo no solo no encontraba referencias a mujeres filósofas, sino que las únicas féminas reales que aparecían en las fuentes eran las heteras.

Así las cosas, si quería seguir por ese camino poco transitado de sacar a la luz la actividad intelectual, si no filosófica, de las mujeres, no debía apartarme de la hetera, esa mujer independiente que, liberada de un doble yugo —el del dominio masculino y el del oikos—, podía realizar cosas más edificantes que cardar la lana, tejer sudarios u organizar el servicio.

Ese fue, entonces, mi horizonte. Demostrar que la hetera, mujer con relaciones libres y elegidas, fue mucho más que una simple cortesana, término con el que la RAE identifica el de hetera o hetaira, atribuyéndole, pues, el significado de prostituta.

Interesante, Catalina, gracias. Hablas de la RAE, de cómo la norma ha hecho casi estructural su significado por el de prostituta o cortesana. Es «curioso» porque la misma palabra griega para el masculino ni siquiera se castellaniza y equivale a «camarada»: los famosos hetairoi macedónicos que acompañaban a Alejandro Magno. Parece una clara muestra de cómo lo machista en el lenguaje es más lo normativo que la estructura radical, ¿no crees?

En efecto, es muy curioso que la misma palabra en masculino no tenga sentido peyorativo sino todo lo contrario, como ocurre en infinidad de términos. El lenguaje es una manifestación del sentir, y por consiguiente refleja a la perfección los prejuicios, los odios, los afectos… de sus hablantes. Las heteras en Grecia eran compañeras de los hombres, en el mismo sentido que el término compañero tiene en la actualidad. Ser compañero o compañera de alguien es compartir mucho de su vida; por eso, los miembros de una pareja hablan de sus compañeros o compañeras, porque comparten su existencia. En la antigua Grecia los heteras eran más compañeras de los hombres que las esposas, pues los matrimonios eran pactados y no era el amor el motivo de ese vínculo. Las relaciones afectivas las mantenían los hombres griegos con los efebos y con las heteras, sus verdaderas compañeras. Con ellas podían compartir, además de afectos, otros intereses, que muy bien pudieron ser los intelectuales, ya que fueron las únicas mujeres que gozaron de una formación distinta a la que les correspondía por sexo: lavar, tejer, coser…, callar y obedecer.

Es decir, las tareas domésticas o economía, palabra esta que daría también mucho que hablar, de cómo de lo micro fue a lo macro y, por consiguiente, se excluyó a la mujer. Los ejemplos son tan frecuentes y apabullantes que cuesta entender lo poco conscientes que somos en general al respecto. Volviendo al libro, tan solo acudir al índice nos percatamos cómo tu investigación te lleva por todo ámbito cultural y político para dar con estas mujeres, que debieron de ser tan influyentes en su tiempo y que tan poco nos han llegado. Verdaderas «Olvidadas». ¿Fue tan difícil para ti «entre»conocer a Friné o Laide, entre otras?

Sí. Cuando las tareas trascienden el umbral del hogar dejan de ser propias de mujeres, puesto que deben permanecer siempre recluidas en el ámbito doméstico. La administración de la casa, la economía, fue tarea femenina mientras concernía exclusivamente a la unidad familiar; pero al ampliar el término su extensión semántica, pasando, como dices, de lo micro a lo macro, la mujer es excluida de ese dominio.

Es cierto que no se habla mucho de las heteras, sobre todo en su justo sentido. Ahora bien, yo no las he descubierto, y mucho menos a Friné, famosa por sus propios méritos; tampoco a Laide. Ateneo de Náucratis, Alcifrón, Diógenes Laercio, Plutarco son autores que escribieron sobre ellas. Los textos están ahí, a nuestro alcance; solo hay que interesarse y buscar en ellos.

Textos, por otro lado, escritos por hombres, ¿pudo esto influir en cómo nos han llegado a estos días? Viene a la mente la figura de Aspasia de Mileto, que autores ya tardíos la pusieron al mando de un burdel.

Sí, claro, textos escritos por hombres. No sabemos si las heteras escribieron mucho; de algunas nos consta que escribieron algo, pero de ellas no nos ha llegado nada. Sin duda la visión de las mujeres habría sido distinta. Los hombres en general necesitan a las mujeres, pero pocos están dispuestos a reconocerlo. Las heteras fueron compañeras de los hombres, algunas, como Aspasia, pareja de hecho de un hombre ilustre. Pero, aunque Pericles hubiera sido ilustre por ser compañero de Aspasia —las malas lenguas dicen que su famoso discurso fúnebre fue escrito por ella—, difícilmente nos habría llegado semejante versión. Si es verdad, como señalan algunos testimonios, que distintos intelectuales enviaron a sus esposas a ser ilustradas por Aspasia, lo que nos ha llegado es que Aspasia regentaba, si no un burdel, sí una escuela de prostitutas.

Más bien, buenas y sensatas lenguas, diría. Desde luego, Aspasia merece un buen hueco en una historia griega en la que tan pocos referentes femeninos tenemos. Pero volvamos al libro: podríamos decir que en toda su primera parte tratas de referenciar a las mujeres en la historia cultural griega, en una segunda la colocas en el contexto de la sociedad y expones sus roles, en una tercera hablas de su papel en la filosofía y la religión para ya en la cuarta, la más extensa, entrar en el mundo de las heteras, primero de manera breve y general y luego muy particular y prolija. Déjame decirte que es una estructura maravillosa, porque al entrar a conocer a esas extraordinarias mujeres y sus historias lo hacemos ya con un conocimiento que nos hace ponerlas en su justo contexto.

En efecto. La estructura del libro responde a una voluntad esclarecedora. Si hubiese comenzado con la exposición detallada de las heteras y sus relaciones, no se entendería la excepcionalidad de unas mujeres que desafiaron las estrictas normas sociales impuestas por una tradición misógina y patriarcal. No cabe duda de que, en este caso, la contextualización era necesaria. Conocer la situación de la mujer en las distintas etapas de la sociedad griega, tal y como nos ha sido transmitida por la literatura —la única fuente con la que contamos para tal conocimiento—,  permite no solo poner en valor la transgresión de un colectivo de mujeres —y digo colectivo porque, al parecer, así se consideraron ellas en algún momento, si hemos de dar crédito a algunas fuentes—, sino también observar algunos cambios respecto a la consideración de la mujer en función de la época, clase social y demás variables.

Sin embargo, resulta curioso que un libro titulado Las heteras en la antigua Grecia, dedique una buena parte de su extensión, un poco más de la mitad, a hablar de otra cosa que no sean las heteras. Pero, reitero, en esta ocasión era necesario para comprender la magnitud de una hazaña llevada a cabo por unas mujeres que, desoyendo el mandato social que las obligaba a permanecer en la casa ejerciendo las tareas domésticas, salieron al exterior para moverse a sus anchas, libres e independientes, gestionar sus bienes y formarse hasta tal punto que algunas, como Aspasia, pudo instruir al mismo Sócrates y escribir los discursos al gran Pericles.

¿Podríamos hacer algún paralelismo con la sociedad actual?

Existen en nuestra cultura demasiados tópicos que se han ido transmitiendo de manera inexorable a través de los tiempos: la perversidad femenina es uno de ellos. Ya en los poemas homéricos, la primera manifestación literaria occidental, aparece la mujer con esa pesada carga. Y, desde entonces, la maldad, la inteligencia perniciosa, los deseos incontrolados, la mentira y la seducción interesada, por citar algunos, son los más comunes rasgos que la tradición adjudica a las mujeres. Ahora bien, cuando esas mujeres, dotadas de antemano con semejantes atributos, traspasan con su conducta los límites establecidos y abandonan las tareas que desde tiempos inmemoriales se les atribuyeron, entonces, además de perversas insaciables y urdidoras de engaños, son putas.

El sufrimiento de la mujer a través de la historia ha sido inmenso, e inmenso sigue siendo en la actualidad a pesar de los beneficiosos pero insuficientes cambios que se han ido produciendo desde hace, en realidad, muy poco tiempo. A pesar de ciertos avances en la emancipación, muchas mujeres siguen siendo esclavas de sus parejas, discriminadas laboralmente, maltratadas física y psicológicamente; también intelectualmente, consideradas todavía en muchos ámbitos inferiores al varón.

Todavía la mujer debe cumplir con los cometidos que le asigna la sociedad, y si bien es cierto que ha podido en las últimas décadas desarrollarse en la esfera laboral, ha sido a cambio de compaginar su profesión con los quehaceres propios de su sexo. La mujer conquista cotas de libertad profesional por un lado mientras por el otro se ata más y más con la asunción de múltiples tareas y responsabilidades; y todavía más, con la aceptación incuestionable de los estereotipos estéticos que una sociedad cruel con ella le impone.

No puedo afirmar con absoluta certeza que las heteras fueran mujeres por completo libres, pues, en cierta manera y durante algún tiempo al menos, dependieron de los hombres que les sufragaron sus gastos. Pero no cabe duda de que rompieron los lazos que las vinculaban a las atribuciones patriarcales. Semejante desafío no podía quedar impune, y les valió la fama histórica de putas. Ni más ni menos que lo que ocurre en nuestros días, a pesar de lo mucho conquistado, en la inmensa mayoría de las sociedades humanas; incluso en muchas de las avanzadas occidentales. En seguida que la mujer sobrepasa los límites asignados surge el calificativo que desde siempre la acompaña: puta. O cortesana, que para el caso es lo mismo.