Tal día como hoy de 1921 perdíamos a la Condesa de Pardo Bazán, Doña Emilia. Una mujer que “aplicó la mirada feminista, anticipando la que hoy llamamos lente violeta, no únicamente a la violencia física, sino también a la simbólica; no solo a las discriminaciones legales como el acceso a los estudios o a todas las profesiones, sino también a las asimetrías en los discursos sociales, a la doble moral sobre sexualidad y el derecho de las mujeres al placer, sobre las ambiciones intelectuales, e incluso sobre pequeñas acciones cotidianas como fumar”, explican Marilar Aleixandre y María López-Sández en el libro Moviendo los marcos del patriarcado.

Eso han hecho las ideas y los pensamientos de Emilia Pardo Bazán, contribuir a lo que “llamamos mover los marcos del patriarcado -en Galicia mover los mojones que limitan las fincas, práctica que causa numerosos pleitos-, en otras palabras la forma en que cuestionan el sistema social, las identidades y las reglas establecidas”.

Hoy serán muchas las personas que se hagan eco de su vida, de su obra, de sus proclamas. Nosotras queremos repasar su pensamiento, pues como dicen las autoras en el epílogo del libro: “Tenemos una estirpe de la que descendemos, nuestro propio linaje. Somos hijas de Emilia Pardo Bazán y de Rosalía de Castro, de Concepción Arenal, (…), también de Juana de Vega que subvirtió los papeles que se esperaba desempeñase una mujer. Anteriores a ellas, somos también hijas de Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft, de Harriet Taylor Mill. (…) Las feministas de hoy -situándonos en algunos de los diversos feminismos existentes- somos hijas de Emilia. Compartimos con ella la pasión y el compromiso con la plena igualdad de las mujeres. Si Emilia fue, como dice Isabel Burdiel, un eslabón suelto, un cabo suelto del feminismo, a nosotras nos corresponder tomar ese cabo, continuar su labor”.

El pensamiento feminista de Emilia Pardo Bazán rompe con los estereotipos de una época en la que se consideraba a la mujer un ser carente de individualidad, con un destino relativo, subordinado a la figura masculina, ya fuera padre o marido, hecho este que impugnó repetidamente. Una de las ideas centrales de su pensamiento es que las mujeres tienen un destino propio. La singularidad de sus pensamiento está en “la consideración de mujeres y hombres como sujetos con iguales derechos y deberes, con idéntica legitimidad para seguir su destino”. Lo que la lleva a entender que la educación de las mujeres no deberá “responder al fin de educar a los hijos sino al de ejercer sus propias dotes intelectuales”. La ignorancia es, como expresa su metáfora, “una campana de cristal que aísla a la mujer del mundo exterior”.

Emilia Pardo Bazán fue defensora del libre acceso de la mujer a la enseñanza a todos los niveles. Lo defendió a ultranza. Y lo hizo también de una manera revolucionaria al incorporar en su discurso la coeducación, la necesidad de un conocimiento mutuo que diluyera las diferencias desde la infancia. Algo que aceptamos como normal hoy, no lo es tanto en su época, en la que algunos padres prohíben a los maestros enseñar a escribir a sus hijas por considerarlo perjudicial para ellas.

“A su vocación intelectual se acompaña el deseo de que sus méritos sean reconocidos, también por lo que esto implica de reconocimiento del derecho de las mujeres a la vida intelectual y a las distinciones que la acompañan”. Esta inclinación al saber, al pensamiento, al querer ser reconocida por su valía intelectual como cualquiera de sus contemporáneos fue una constante en su vida y una auténtica provocación para la época.

En esta misma línea pide un acceso real a todos los puestos de trabajo y a la independencia económica. Ella “identifica en su obra el trabajo remunera como un elemento crucial en la independencia de las mujeres”.

Otro de sus radicales pensamientos fue su cuestionamiento sobre los deberes “naturales” de la mujer y su existencia subordinada a las funciones reproductivas de la especie humana. En sus escritos se revela “una mirada crítica sobre el matrimonio y la familia”. Se alejará también de la idea de que una mujer debe ser madre para estar completa. Idea radical que sorprende tanto o más que la de definir abiertamente matrimonio como sumisión. Su mirada crítica sobre el matrimonio y la familia trascenderá hasta el punto de hablar de violencia.

Y aquí radica otro de sus modernos pensamientos. En sus referencias a la violencia se percibe ya una mirada que va más allá de “la violencia física para abarcar todo un sistema de dominación simbólica y social”. A ella le debemos el término “mujericidios”, que empezó a emplear en contraposición a los “crímenes pasionales” o “crímenes de honor” con los que la prensa ocultaba la naturaleza de asesinatos.

En sus obras también hace hincapié en “desmontar las asimetrías que el patriarcado atribuye al papel de hombres y mujeres en las relaciones amorosas y en el impulso sexual”. Para ella el código burgués del decoro femenino es inaceptable. La escritora, frente a esta concepción social diferenciada en base al género, presenta y representa un modelo de mujer mucho más independiente, libre y dueña de sus propios actos y deseos. Una constante en su obra es contradecir “las ideas establecidas sobre las identidades de las mujeres”.

Otra de las líneas argumentales en las que Emilia Pardo Bazán fundamenta su feminismo es “la idea de naturaleza entre ambos sexos”. Ella se desmarca y condena esa idea de que la mujer es naturalmente inferior y moralmente superior al hombre. Pardo Bazán “reclamó para las mujeres la capacidad de ser diferentes, lo que llamaba el individualismo y el ‘diferentismo'».

El 4 de febrero de 1914 se publicaban estas palabras suyas en una entrevista con El Caballero Audaz: “Yo soy una radical feminista. Creo que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer”. Radicales eran sus ideas, sus pensamientos sin los que hoy el feminismo sería otro y nuestra lente violeta probablemente muy diferente.

Somos hijas de Emilia Pardo Bazán.